Ruido urbano, sobreestimulación y salud mental
Por José Alberto Selmo Jiménez
Psicólogo clínico
Vivimos en ciudades que no duermen, pero no por romanticismo bohemio, sino porque el ruido, el desorden y la falta de estructura nos acompañan desde que abrimos los ojos. Hay quienes han aprendido a convivir con bocinas a todo volumen, motores alterados, música a las 3 a.m. o discusiones a gritos desde la acera de enfrente. Pero eso no quiere decir que no les afecte. El cuerpo escucha incluso cuando la mente dice que está acostumbrada.
La sobreestimulación ambiental, esa exposición constante a estímulos intensos como ruido, luces, interrupciones, aglomeraciones y caos, es uno de los enemigos silenciosos de la salud mental urbana. Vivir en un entorno que no permite el silencio ni el orden puede aumentar los niveles de cortisol (la hormona del estrés), interferir con la calidad del sueño, dificultar la concentración y acortar nuestra tolerancia ante la frustración.
Desde la psicología sabemos que el cerebro necesita pausas. El sistema nervioso no está diseñado para permanecer en estado de alerta continuo, y sin embargo, en nuestro país, lo habitual es estar en modo defensa. El ruido constante activa la amígdala, una estructura cerebral clave en la gestión del miedo y la ansiedad. Si esa activación se mantiene, puede contribuir al desarrollo de trastornos de ansiedad, depresión y otros problemas emocionales.
Pero el problema no es solo el sonido. Es la acumulación de pequeñas violencias cotidianas: la falta de respeto a los espacios comunes, el desorden en el tránsito, la invasión constante del espacio personal, la carencia de límites claros entre lo público y lo privado. Cuando todo se mezcla y no hay estructura, también se diluyen los límites internos. Nos volvemos más irritables, más reactivos, menos pacientes.
A veces se romantiza el caos como parte del “encanto” caribeño o como signo de resiliencia social. Pero una cosa es adaptarse, y otra es resignarse. Adaptarse es encontrar formas saludables de convivir, de cuidar el entorno y de regular lo interno. Resignarse, en cambio, es dejar que el cuerpo y la mente se desgasten sin hacer nada al respecto.
Por eso es urgente hablar de higiene mental colectiva. Crear espacios de silencio, de orden, de respeto mutuo. Esto no es lujo, es prevención. La salud mental no es solo una cuestión individual, también es una responsabilidad compartida. Callar el ruido, aunque sea por un rato, puede ser un acto radical de cuidado.