Hay frases que deberían venir con advertencia de sarcasmo. “El salario mínimo ahora cubre la canasta básica”, la más reciente joya del presidente Luis Abinader, es una de ellas. La dijo con tono triunfal, en una de esas alocuciones donde la realidad suele maquillarse hasta volverse irreconocible. Si no fuera porque se dijo en serio, uno creería que era un chiste. Pero basta con revisar los números, esos que no se pueden sobreactuar, para entender que estamos ante un ejercicio olímpico de distorsión.
Según el Banco Central, el salario mínimo más alto del sector privado ronda los RD$24,150 , mientras que la canasta básica del quintil 1, la más barata, la del dominicano que vive más apretado, sin Netflix ni salidas, cuesta RD$27,968.83 según datos de abril 2025.
Hagamos la matemática. Ni el mejor salario mínimo alcanza para pagar la canasta más modesta. Y eso solo incluye alimentos. Porque si usted necesita montarse en una guagua, comprar una pastilla, pagar el agua, la luz, el alquiler, la educación de sus hijos o cometer el atrevimiento de ir al cine, Ni soñar, la cuenta no da.
Pero claro, en este país estamos tan bien que hasta la pobreza aprendió a rendir.
Como si vivir con lo justo no fuera suficiente, ahora hay que agregar una cuota de injusticia fiscal. A los que ganan menos de RD$50,000 se les está cobrando ISR (Impuesto sobre la Renta) de forma ilegal. ¿La razón? La escala de exención del impuesto está congelada desde 2017. Y aunque la ley exige ajustarla cada año conforme a la inflación, el Congreso ha decidido ignorarlo una y otra vez, votando su congelamiento como si se tratara de un trámite decorativo. Al parecer, en este país las leyes se aplican cuando conviene y se congelan cuando estorban.
Es decir, si usted gana RD$35,000 y piensa que eso apenas le alcanza para sobrevivir, el Estado no está de acuerdo. Para fines fiscales, usted es clase media. Contribuyente formal. Persona solvente. Felicidades.
Y como si en algún punto la República Dominicana hubiera cruzado la línea invisible que separa la realidad del realismo mágico, la narrativa oficial insiste en que “estamos mejor que nunca”, que “los salarios rinden más” y que, “por primera vez en la historia”, el salario mínimo alcanza para cubrir la canasta básica.
Es difícil no preguntarse en qué momento exacto este país se convirtió en Macondocomo diría el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, donde los datos flotan, los discursos desafían la lógica y los absurdos se repiten hasta volverse costumbre. Lo que no se dice, porque daña el relato, es a costa de qué.
Ese milagro estadístico del que habla el presidente solo funcionaría si nadie se enferma, si nadie estudia, si nadie se transporta y si nadie comete la osadía de aspirar a una vida digna. Porque en esta república que levita entre cifras manipuladas y frases de campaña, para que los números cierren, primero tiene que cerrarse la vida del pueblo.
Y así, quienes deberían ser protegidos terminan siendo exprimidos. Porque en esta tierra de contrastes se aplica el principio inverso de la justicia fiscal: que pague más el que menos puede, y que aplauda el que menos recibe.
Porque si la canasta cuesta más que el salario, si enfermarse es un lujo, y si encima de eso te cobran impuestos como si fueras clase media, entonces no estamos hablando de desarrollo. Estamos hablando de un país donde la injusticia ha aprendido a hablar bonito.
Así que no, señor presidente Luis Abinader. El salario no rinde más. Lo que rinde es el discurso, mientras más alejado esté de la realidad. Y lo que no se rinde, pese a todo, es la paciencia de una ciudadanía que hace magia mes tras mes para sobrevivir con lo que otros insisten en presentar como un logro histórico.