Anatomía de la ingratitud

Anatomía de la ingratitud

anatomía de la ingratitud

Por: Bienvenido Pérez García,
Consultor empresarial e institucional

No hay nada que envejezca tan pronto como el recuerdo de un beneficio. Aristóteles

Uno de los fenómenos sicosociales menos comprendidos por todas las generaciones, desde el principio de la civilización hasta nuestros días, es el de la ingratitud. A veces esperando, otras inesperadamente, recibimos un favor, un servicio, un plato de comida, de una mano amiga o desconocida, o quizá una grata noticia de un mensajero diligente y benevolente, un consejo constructivo, una solución a nuestros trances económicos, una ayuda que nos cambia la vida, un puesto, cargo o posición pública o privada, una frase de aliento, una idea, que nos alivia, mejora, alegra o hace sonreír, cuando no pocas veces nos impulsa a mostrar efusivamente nuestro agradecimiento al gestor o responsable del beneficio recibido.

Entonces, inexplicablemente, con frecuencia, no solo olvidamos y hasta desdeñamos al originador del pequeño o inmenso favor, sino que, a contra-lógica, arremetemos contra él o ella. ¿Cómo puede darse tal dualidad en los individuos? ¿Cómo funciona y qué origina esta paradoja actitudinal, emocional, en estos seres que nos preciamos de racionales, superiores, equilibrados (¿?) y maduros? ¿Por qué la falta de gratitud?

El diccionario de la R.A.E. define la gratitud como “el sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera”.

La psicología de la Gestalt y más recientemente, los estudios de la psicología del ajuste han intentado dar respuestas a este acertijo. Conforme a la Gestalt, el ser humano se conecta psíquicamente -tanto consciente como inconscientemente- con uno o varios estados que por conveniencia llamaremos ´ideales´ (metas, status, posesión, poder, bienestar, aceptación, fama, placer y “docenas de firmas” más), manifestados tanto oníricamente –en sueños- como en el deseo consciente y el soñar despierto.

El logro parcial o pleno de uno o más de estos estados ´ideales´ es percibido, cuando se alcanza, como resultado de una acción directa, exclusiva, de nuestra individualidad, que conecta con aquello soñado o deseado, y aun estando conscientes de que la intervención de otra u otras personas jugaron un papel o rol determinante, fundamental para la consecución de lo soñado-aspirado, los beneficiarios de tal logro o fortuna tendemos a olvidar su origen y percibir tal intervención, ayuda o favor, primero, como fortuita o natural (“Comoquiera esto me había de llegar; lo normal era recibir esta ayuda o favor; yo me lo merezco”).

Más adelante, acostumbrados-das ya a las delicias del beneficio recibido, juzgamos el recuerdo de nuestros benefactores, como asaltos involuntarios de la memoria; una intromisión perturbadora, una molesta distorsión de la ideal concepción que ya fabricamos, convenciéndonos de que solo y tan solo nosotros, fuimos los autores, gestores de nuestro nuevo estado, posesión, situación favorecedora, por lo que, cualquier imagen, recuerdo o pizca de conciencia que nos lo cuestione o contradiga debe ser erradicada.

Por otra parte, conforme a los dictados de la psicología del ajuste, cuando recibimos un favor, beneficio, o muchos de ellos, una parte de la psiquis profunda que bordea e irrumpe al consciente, al llegar a este reacciona y nos mueve al resentimiento contra el dador, por la secreta humillación, al tener que aceptar el favor, beneficio o servicio, echando por tierra nuestra necesidad de autosuficiencia, y supuesta dignidad y orgullo, y, aumentar la de la dependencia por haber tenido que lograr lo recibido con ayuda de otro-s y peor aún: Sintiendo la incómoda deuda de gratitud y vernos sometidos a reconocerla.

Un proverbio chino al que se le atribuye más de dos mil años de antigüedad resume el inveterado conflicto agradecimiento–ingratitud de manera magistral, mediante la pregunta: ¿Por qué me odias, si jamás te he hecho ningún bien?

No se queda atrás otro no tan viejo dicho castizo –tan solo tres siglos- transmitido oralmente, que con sabiduría popular, aconseja: No muerdas la mano que te da de comer.

Será bueno transmitir como principio o como sabio recordatorio, tanto a los mecenas –los que dan de lo propio, como a los auto designados benefactores –los que dan de lo que no es suyo, porque tan solo lo administran, que la historia está plagada de ingratitudes particulares o masivas; que las lealtades e incondicionalidades producto de la gratitud se mudan, migran con más facilidad que las aves en cambio de estación, que el agradecimiento sincero –y duradero- es una rara avis y que los que hoy son aclamados y celebradas sus generosidades serán los mañana vituperados, ignorados por la oscuras individuales dicotomías de agradecidos, adláteres, colaboradores e ´incondicionales´ y/o por las veleidosas, caprichosas multitudes.

De las muchas ingratitudes, parte de la oscura naturaleza humana que nos es inmanente registradas en la historia, tiene incomparable e inexplicable relieve, el de la multitud enardecida, entre la que se encontraban beneficiarios de sanación, curación, visión, alimento, oídos, movilidad, bondades y enseñanzas de Jesucristo, que una vez detenido, por las autoridades religiosas judías, ayudó de manera decisiva a inclinar la balanza del cónsul romano Poncio Pilatos al gritarle con denodada insistencia ¡Mátalo, mátalo, crucifícalo! decidiéndole al cruento final del Hijo de Dios.

Creo, no obstante estas ingratas constantes, que nos hará más felices y plenos retomar el hacer bien sin mirar a quien: Ayudar, favorecer, mejorar, servir al semejante sin esperar retribución…ni galardón. El saber agradecer, veraz, intenso, permanente, es uno de los más retributivos principios secretos de enseñanza budista y filosofías orientales, también presente en las palabras de Jesús y hoy difundidos por sobresalientes maestros y autores sobre crecimiento personal y éxito.

Mientras, me remito a mis padres, nobles maestros y a tantos seres especiales, que generosa y desinteresadamente han obrado y compartido conmigo amor, sabiduría, virtud, esfuerzo y bienes tiernamente, a los que debo eterna, sincera gratitud. Con ellos y junto a ellos, aún en sus ausencias, doy gracias todos los días a alguien de inmensidad sobrecogedora que no conozco, pero estoy seguro sabe enteramente de mí, de todos nosotros y estoy convencido de que me ama, nos ama en maneras y magnitud que apenas empezamos a entender.

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