Por Leonardo Gil
Consultor comunicación política y de gobierno
La República Dominicana enfrenta un fenómeno preocupante: la normalización de la vulgaridad como modelo de éxito. La llamada “sociedad del espectáculo” se ha convertido no en un simple caso de farándula; sino en el síntoma de una sociedad donde la ignorancia se premia, la vulgaridad se celebra y el ruido se confunde con éxito, las malas palabras se vuelven parte del guion, el dinero fácil es glorificado y la violencia simbólica se transforma en entretenimiento.
Pero lo más alarmante es la complicidad política. Algunos dirigentes y candidatos, en su afán de ganar votos, asisten a los programas de estos influencers. Allí legitiman, con su sola presencia, las malas palabras, la antimoral y la banalización del debate público. Así envían un mensaje devastador: que la política también se acomoda al ruido y que el poder no se construye sobre ideas, sino sobre una popularidad efímera. Si los jóvenes creen que el éxito está en el escándalo y los políticos lo confirman con su presencia, el país avanza hacia un vacío cultural y ético que amenaza con perpetuar el subdesarrollo.
No podemos seguir exaltando y aplaudiendo la mediocridad ni permitir que los “imbéciles persistentes” se conviertan en símbolos de éxito. Jóvenes de los barrios, que deberían encontrar referentes en líderes comunitarios, profesionales y emprendedores, terminan idolatrando a quienes elevan lo banal como un modelo. La cultura del espectáculo ha sustituido el valor del esfuerzo por la lógica de la inmediatez.
El peligro de este rumbo es evidente. Una sociedad que idolatra a los “imbéciles persistentes” y que ve a sus líderes arrodillarse ante ellos, no construirá ciudadanos críticos ni responsables. Construirá fanáticos del ruido, consumidores de lo trivial y promotores de un subdesarrollo perpetuo. Estamos hipotecando el futuro a cambio de likes en redes sociales.
La reflexión es urgente: ¿queremos una República Dominicana definida por la vulgaridad y la mediocridad? Si la respuesta es sí, entonces hemos aceptado el atraso como destino. Pero si todavía nos queda dignidad, debemos rebelarnos contra esta cultura y rescatar valores esenciales: educación, honestidad, innovación y compromiso colectivo. Porque una nación que se entrega al espectáculo de la ignorancia jamás podrá construir un futuro de progreso, jamás alcanzara la grandeza.