Lo natural ya no vende: crónica de una belleza perdida

Por: Elis Peralta

Comunicadora, analista de investigación y Relaciones Publicas

En tiempos de redes sociales, filtros y cuerpos estandarizados, la belleza natural parece haber quedado relegada a los márgenes. Cada vez más jóvenes y adultos recurren a procedimientos estéticos impulsados no por bienestar, sino por presión social y autoexigencia. ¿Estamos asistiendo a la desaparición de lo auténtico?

Vivimos un fenómeno social silencioso pero evidente: los rostros empiezan a uniformarse, las sonrisas ya no reflejan espontaneidad, y las miradas carecen de historia. Lo que antes era diverso y natural, hoy se ve reemplazado por una estética prefabricada, alimentada por la industria del “perfeccionamiento” físico.

La belleza ha sido convertida en un molde, y quien no encaja, sufre. Los filtros digitales ya no solo están en las aplicaciones: también están en la mente. La insatisfacción corporal, los complejos y el rechazo a lo natural se han disparado en la última década, empujando a miles a modificar su rostro y cuerpo, muchas veces por motivos emocionales más que médicos o saludables.

Este no es un juicio a quien decide hacerse un cambio físico, sino una alerta sobre por qué y desde dónde se hacen. Cuando la transformación nace desde la inseguridad, la comparación o el rechazo profundo a uno mismo, deja de ser un acto de empoderamiento para convertirse en una consecuencia de un sistema que enferma.

Lo paradójico es que, en nombre de “verse mejor”, muchas personas terminan perdiendo lo que realmente las hacía únicas: su autenticidad. Porque la belleza real no necesita corrección, necesita ser mirada con menos dureza. No hay nada más poderoso que una piel con historia, una cicatriz con sentido, una risa sin retoques.

La presión estética no solo está afectando la salud mental de las nuevas generaciones, sino que también está promoviendo un culto a la imagen vacía, desprovista de alma y de verdad. La belleza natural aquella que no busca aprobación externa hoy se encuentra amenazada por una industria que factura más cuanto más nos odian.

Es momento de cuestionar hacia dónde vamos. ¿Estamos educando niñas y adolescentes para que se acepten o para que se editen? ¿Qué tipo de autoestima estamos construyendo como sociedad?

La belleza natural no debe convertirse en una rareza. Debe volver a ser celebrada, protegida y visibilizada. En tiempos donde todo se disfraza, lo auténtico se vuelve revolucionario. Y quizás, ahí esté el verdadero acto de valentía: amar lo que somos, sin filtros.

 

 

 

 

 

 

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