Emociones e impulsos: ¿por qué a veces exploto sin querer?

Emociones e impulsos: ¿por qué a veces exploto sin querer?

Por José Alberto Selmo Jiménez, psicólogo clínico

Todos hemos tenido momentos en los que decimos o hacemos algo sin pensarlo. Reaccionamos sin filtro, y después decimos: “no sé qué me pasó”. Bueno, lo que te pasó tiene explicación, y tiene que ver con cómo tu cerebro maneja las emociones y los impulsos.

Resulta que el cerebro no es una sola cosa, sino un equipo con distintas áreas que trabajan juntas (o a veces, no tanto). Dos de las más importantes en todo este lío son la amígdala y la corteza prefrontal. La amígdala es como una alarma que se activa cuando sentimos miedo, enojo o cualquier emoción intensa. Es rápida y no piensa mucho. Por otro lado, la corteza prefrontal es la parte racional, la que te ayuda a pensar antes de actuar, a regular tus emociones y a tomar decisiones con cabeza fría.

El problema es que esa parte racional se desarrolla por completo bastante tarde: entre los 20 y los 25 años. Eso significa que, en la adolescencia y juventud, la amígdala tiene mucho poder, y la corteza prefrontal todavía está en construcción. No es excusa para portarse mal, pero sí explica por qué a veces sentimos que las emociones nos manejan.

La neurocientífica Adriana Galván, por ejemplo, ha estudiado cómo el cerebro adolescente responde a emociones intensas y decisiones impulsivas. Sus estudios muestran que en edades jóvenes hay más actividad en las zonas emocionales del cerebro, mientras que las áreas de autocontrol todavía están madurando. Eso explica por qué alguien puede entender las consecuencias de algo… pero igual hacerlo.

También se ha descubierto que el cerebro cambia según cómo lo usamos. Si cada vez que algo te molesta explotas, ese camino emocional se refuerza. Pero si aprendes a frenar, respirar y pensar, tu corteza prefrontal se fortalece y empieza a tomar el control más rápido. Es como entrenar un músculo.

Otro dato clave: el sueño y el estrés afectan directamente cómo manejamos las emociones. Cuando duermes mal, tu amígdala se descontrola. Lo demostró un estudio de la Universidad de California que usó resonancias magnéticas: con una sola noche sin dormir, la actividad de la amígdala aumentaba un 60%. O sea, sin sueño, cualquier cosa puede encenderte. Lo mismo pasa con el estrés constante: tu sistema nervioso se pone en modo “alerta” y reacciona exageradamente.

La buena noticia es que hay formas de mejorar el manejo emocional. Desde la neuropsicología, se ha probado que técnicas como la respiración consciente, la meditación o incluso escribir lo que uno siente, ayudan a activar la corteza prefrontal y calmar la amígdala. También se está usando el neurofeedback, una técnica donde las personas aprenden a regular su actividad cerebral viendo su propio patrón en una pantalla, aunque eso es más clínico y especializado.

Si sientes que reaccionas sin pensar, no estás solo. Pero eso no significa que no puedas mejorar. Tu cerebro está hecho para cambiar y aprender. Entender cómo funciona te da el poder de regular tus emociones y no dejar que te controlen. Porque sí, sentir es natural. Pero actuar con inteligencia emocional, también se entrena.

 

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